Llueve. Oigo ese ritmo que se produce cuando paso al patio trasero por una cortina metálica sobre la puerta. Pero no estoy allí, está todo en mi cabeza.
Se nubla el cielo y pasan grandes pájaros de especies desconocidas mirando con complicidad el territorio, su pista de aterrizaje. Yo quisiera volar con ellos, pero tampoco puedo. El tiempo se me agota, se estira y alarga hasta el infinito y me destroza. Paradoja.
Aparecen montañas, se inundan ciudades, árboles que comen motores y con ellos esparcen semillas preparadas para la noche con su saco de dormir. Luciérnagas iluminando desde la tierra hasta la luna. Nebulosas en el viento, son el eco del futuro que nunca veré. Ojala fuese cierto.
Hay tantas cosas que nunca serán por ser tan ciertas, qué podría hacer yo. Mis días son tan lentos y tan efímeros que apenas puedo verlos en esta quietud. Es como bucear a pleno pulmón bajo el océano. Se diluyen de cerca como el vapor o como la niebla que desaparece, y se pulverizan desde lejos. Todo acabará pronto. En el fondo la desolación es un canto a la esperanza. Todo anda perdido y encontrado al mismo tiempo, peleando por sobrevivir y relucir ante nuestros ojos. No hay más ciego que el que no quiere ver, pero sigue lloviendo, siguen sobrevolando las bandadas de esos extraños pájaros, siguen comiendo motores los árboles e iluminando el universo las luciérnagas, tanto que sólo hay luz, y el tiempo no tiene cronología. tanta claridad que no distingo forma alguna...
a punto estoy de transmutar en agujero negro.
Silencio. La noche está hablándome. Todo cobra sentido. (Ahora)
No hay comentarios:
Publicar un comentario